martes, 26 de mayo de 2009

Suite Francesa

“… Y lo mismo ocurrió con los austríacos, los belgas, los ingleses, los rusos, los turcos y a continuación los italianos. En una semana, veinte millones de hombres civilizados, ocupados en vivir, en amar, en ganar dinero, en labrarse un futuro, han recibido la consigna de interrumpirlo todo para ir a matar a otros hombres. Y esos veinte millones de individuos han aceptado esa consigna porque se los había convencido de que era su deber.

Veinte millones, todos de buena fe, todos de acuerdo con Dios y con su príncipe… Veinte millones de imbéciles… ¡Como yo!”

Así narra Gabriel Chevalier, en “El Miedo”, el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Me parece complicado contar de una manera más clara la absoluta estupidez de ir a una guerra para matar y para morir en nombre de una nación y de una bandera. Sólo añadiría que esos veinte millones fueron a matar a otros tantos que no les habían hecho nada, ni a ellos ni a nadie que ellos conocieran, y para defender unas fronteras que en la mayoría de los casos ni siquiera sabían dónde estaban porque no sabían leer los libros en los que esas fronteras se habían dibujado. ¿Dónde empezaba Alemania y dónde terminaba Francia? Es importante saberlo, porque al de más allá de la línea hay que matarlo porque es alemán.

Me recomendó este libro un dependiente de Fuentetaja, según sus compañeros el más leído de todos, cuando vio que me llevaba Suite Francesa, de Irene Nemirosvski. “Nunca se ha escrito nada tan bueno sobre la guerra”, me dijo casi sin dejarme opción, obligándome a llevármelo. Es cierto que por ahora lo he dejado un poco de lado porque de la guerra me interesa sobre todo el “por qué”, o más bien la falta de él, y no tanto el “cómo”, pero el comienzo es insuperable.

Tenía sentido además empezarlo justo al terminar Suite Francesa, que describe - no sé si con exactitud pero sí con un gran realismo y de una forma muy sugerente- la reacción de los Parisienses y en general de los Franceses en los primeros días y meses de la ocupación nazi. Nemirovski terminó muriendo, como su marido, en Auschwitz. Y pone los pelos de punta intentar ponerse en su lugar para saber qué pensaría de lo que había escrito poco antes de ser deportada al campo de concentración.

Porque en la novela, en buena medida autobiográfica, se cuenta cómo una joven francesa que tiene a su marido en un campo de prisioneros acaba por enamorarse del teniente alemán que a la fuerza ha tenido que alojar en su casa. Al fin y al cabo es un hombre, un hombre que no sabe muy bien por qué está allí, que preferiría estar en su casa con su madre, que sufre la guerra tanto o más que los ocupados. La novela se quedó sin terminar, y las hijas de la autora lo encontraron hace poco y lo publicaron, junto con algunas de las cartas que su padre había dirigido a medio mundo intentando sin éxito salvar a su mujer.

¿Qué pensaría Nemirosvski de su joven teniente durante sus últimos días en Auschwitz? ¿Llegaría a odiarlo, contagiándose de ese absurdo de la guerra que lleva a odiar a una persona por pertenecer a la misma nación que otra? ¿O sería capaz de seguir viendo a la persona por encima del resto? Pero por otro lado, su querido teniente había matado a decenas de franceses, y más aún que franceses, personas… Qué complicado.

Las cartas de Michel Epstein intentado saber qué ha sido de su mujer son, de verdad, para no dormir. Retratan a un hombre completamente desesperado, que se enfrenta a la locura de no poder hacer nada, de tener que estarse quieto, de no tener más cartuchos que gastar para encontrar a la persona que más ama, a lo que más le importa en el mundo. Me imagino que descansaría al morir. Ambos eran judíos, y ambos se convirtieron a la fe católica, lo que por cierto no les salvó del exterminio.

Hay veces que parece que todos los papeles que le llegan a uno responden a un guión. Pensando en estas cosas me topé en Cercedilla con las palabras que pronunció Sabina al recibir la Medalla de Madrid, y que me encantaron. Casi al final, dice:

Madrid es la ciudad más hospitalaria, más callejera, más amable y más abierta del mundo, una ciudad donde es inconcebible imaginar a los madrileños desfilando detrás de un himno o con una bandera de Madrid. Y eso es estupendo. ( www.joaquinsabina.net/tag/medalla-de-oro)

A partir de ahora voy a intentar escribir sobre los libros que lea. N, anda, estírate (si es que sigues siendo fiel al blog) y créame una pestaña nueva...

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