domingo, 17 de mayo de 2009

Genova

Hoy me he reconciliado con el plan este mío de ir al cine los domingos. Y no porque la peli sea especialmente buena, sino porque de repente me he encontrado disfrutando mucho de terminar este fin de semana largo dando un paseo por Génova, donde no he estado nunca.

También he disfrutado del paseo en moto hasta el cine, y luego a la vuelta: da mucho gusto ir sin guantes, y sentir el aire fresco pero no frío en la cara. Además, como le he puesto los cuernos al Turkito con Kentuky Fried Chicken, también he disfrutado de la subida y luego la bajada por la Gran Vía. Esto de vivir en un pueblo tiene sus cosas buenas, y una de ellas es que se disfruta más de Madrid cuando se va.

¿Y la peli? Porque últimamente una de las cosas de las que se me acusa es de contar mi fin de semana y pasar de comentar la película. Pues la peli no está mal si no se tiene nada mejor que hacer, pero nada más. ¿Algo que merezca la pena, o sobre lo que llamar la atención? Pues el comienzo, que es brutal. Y Génova, una ciudad por la que apetece perderse, una ciudad que da la sensación que sólo se puede disfrutar viviendo en ella, no visitándola. Y la angustia de la incapacidad de hacer que vuelva el ser más querido. Y la hija mayor del protagonista, que está como un queso... Y ya está, poco más. Ah, no, y la música. La música es preciosa. Y unos versos de Shakespeare leídos en un inglés gozoso.

Esa angustia de Mary me ha hecho pensar, en algunos momentos, en algo a lo que llevo dando vueltas estas últimas semanas. Se trata de la casi infinita fragilidad -si es que puede haber una fragilidad infinita - de la vida tal como cada uno la vive. De lo fácil que es que de repente pase algo que lo cambie todo, absolutamente todo, y para siempre. No quiero seguir por aquí, creo que la idea está clara y si lo pienso mucho esta noche no duermo, que me conozco

Quería haber ido a ver Ponyo en el Acantilado, una película japonesa de dibujos animados que todo el mundo pone por las nubes, pero que ya sólo ponían a las cuatro y a las seis. Tampoco lo tenía además tan claro, porque me parecía ya un exceso de snobismo ir al Princesa yo solo a ver en versión original la historia de un pececito que se queda atrapado en un bote de mermelada. Y luego verme obligado, encima, a decir cosas profundas sobre ella. No, uno tiene que ponerse sus límites

El fin de semana ha sido maravilloso. El campo está precioso, no sé si está todo más frondoso que nunca o sólo me lo parece a mí. Y la hierba tiene un color -más bien unos colores- que casi da pena pisarla con el caballo

Di un paseo por la otra ladera del Pico de la Golondrina, y al pasar cerca de la finca que hay allí me encantó cómo se acercaron los caballos a cotillear.


Ha sido un fin de semana especial también porque hemos estado solos con los niños, y me ha encanto ver como R redescubre que se lo puede pasar fenomenal con nosotros y con sus hermanos. Estuvimos solos casi todo el tiempo, porque el sábado vinieron a comer A y G. Parece mentira, pero A no había estado nunca en casa. Después de comer G quiso echar un futbolín, a lo mejor tenía que haberle convencido de que no lo hiciera, entre otras cosas para ahorrarle esto:

Pobre...

Yo hoy no me he bañado porque M me dijo la semana pasada que ya no estaba para esos trotes y que mi malestar gástrico podía tener su origen en la machada del pasado domingo, pero han sido los niños los que han inaugurado la temporada de verano.


Mañana o pasado escribiré algo sobre el libro que acabo de terminar, sobre el que empecé ayer mismo y sobre el discurso que Joaquín Sabina pronunció al recibir el viernes la medalla de Madrid.

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