domingo, 26 de julio de 2009

Primer tiempo de saludo

Una de las chicas de Becas Europa le preguntó el viernes al Príncipe si pensaba que en España podía instaurarse la Tercera República. Para empezar, no está nada mal tener unos príncipes a los que se les puede preguntar eso sin que quede raro, sin que haya un solo gesto de incomodidad.

“Yo lo que he jurado es la Constitución”, dijo el Príncipe,” no lo que la constitución dice”. Si el pueblo español decide que la monarquía parlamentaria está agotada, quiere otro sistema, y cambia la Constitución, pues “primer tiempo de saludo y a otra cosa”. Lo dijo tranquilamente, con toda paz, sin aspavientos y sin un solo atisbo de afectación ninguna. Se notaba que verdaderamente quería decir lo que dijo.

Yo nunca había oído esa expresión, pero sonó precioso. Sonó como tenía que sonar. Reflejaba además la vocación militar del Príncipe, una vocación de servicio –verdadero servicio- que no es tan fácil encontrar.

Cuando hace algún tiempo pensé en dar un giro a mi vida profesional, la primera carta que envié la dirigí al Príncipe. Y no es por Monárquico, sinceramente ese es un término que no sabría definir bien. Es porque después de ya muchos encuentros con el Príncipe me doy cuenta de lo que un Rey como él puede hacer por nuestro país. ¿Por qué? No sabría decirlo. Sí, no me importa admitirlo, le admiro. Me da la sensación de que si España necesitara alguien que hiciera las funciones que hace un Rey, y el gobierno le encargara la búsqueda a Korn Ferry o a Spencer Stuart, D. Felipe sería el primer candidato para ganarse el sueldo que ofrecieran.

Además estuvo muy cariñoso conmigo, como siempre. Yo le había contado unos días antes, por carta, mis inmediatos cambios profesionales, y al final de la audiencia me pidió que me quedara un momento para “comentar la jugada”. Me imagino que más que por interés lo hace por agradar, y verdaderamente agradó. Yo se lo agradecí, no sé bien por qué aunque espero que no sea por vanidad.

Estoy en Deba, en la terraza, decidiendo si esta va a ser la última entrada del curso. Yo creo que sí, que será mejor retomar con fuerzas en septiembre en vez de seguir con esta intermitencia que ha caracterizado el mes de julio. El primero domingo que fallé lo hice porque fue el día en el que cerré el cambio profesional que ya todos mis lectores saben, y luego he seguido fallando sobre todo porque las cosas que me ocupaban la cabeza no las podía contar.

Así que en septiembre nos vemos. Voy a echar de menos, por ejemplo, los comentarios anónimos. Sobre todo los más misteriosos, como el que ha llegado hoy a la entrada “despedidas”. Me gustan porque además lógicamente yo siempre les doy identidad de admiradora secreta y eso anima mucho.

Espero que el nuevo reto profesional al que me voy a enfrentar – la Subdirección, el Desarrollo y la Comunicación de la Fundación Botín, por si hay algún despistado que aún no lo sabe- me dé temas para el blog. Yo me imagino que sí.

domingo, 12 de julio de 2009

Despedidas

Esta tarde me ha dado miedo que me hubiera pasado con el cine lo que en su día me pasó con las magdalenas, o lo que temo que me pase en breve con las gelatinas de fresa. Que un día, por las buenas, sin saber por qué, o seguramente por empacho, me harte.

La oferta no animaba demasiado, pero al final me he decidido por "Despedidas", una película japonesa que algo tendría si había ganado el Óscar a la mejor película en habla no inglesa. Además de repente he caído en que el título podía querer decirme algo, que podía ser un giño del destino. No lo ha sido, porque el tema nada tenía que ver con las despedidas que yo tenía en la cabeza, pero ha merecido la pena.

Primero, por retomar una costumbre que me da mucho siempre que logre evitar que se convierta en una esclavitud. Y luego porque la película es muy bonita, y tiene algunos momentos verdaderamente preciosos. A ratos es drama y a ratos es comedia. Habla, como todas, de la vida, pero esta lo hace desde la frontera de la vida, desde la muerte. Lo hace con ternura, con cariño, con esa elegancia y esa suavidad japonesas que tanto nos admira a los occidentales. Qué bonito es, y qué lleno de signidicado está, ese gesto de entregar -y recoger- las cosas importantes con las dos manos. Y las reverencias.

El otro día, viendo en la tele una persecución por las calles de San Francisco de una película de acción, una de esas persecuciones eternas en las que varios coches de policía se van estrellando mientras el malo -a lo mejor era bueno, no lo sé- logra escaparse dejando trozos de coche por el camino. Comentábamos que es curioso que llamen películas de acción precisamente a las películas en las menos acción, en las que no pasa absolutamente nada, nada que importe, nada que signifique nada.

Está siendo curioso este mes de julio, el primero que me quedo en Madrid desde hace muchos años. No me he ido a Stanford, ni a Cartagena, ni a Becas LIDER, ni a Becas Europa, ni siquiera al un curso de verano en el Valle. No me he movido de Pozuelo, pero en cierto sentido está siendo más movido que si me hubiera ido a cualquier sitio.

Hoy pensaba, viendo la peli, en lo difícil que es concretar qué es la vida y en qué tiene sentido gastarla, y si es necesario que tenga sentido aquello en lo que la gastemos. Y en concreto pensaba en el trabajo, porque el protagonista de hoy se da cuenta al cabo de mucho tiempo que su carrera como músico había dejado de llenarle, y encuentra "su profesión", la que le llena, allí donde nunca había pensado encontrarla. Y pensaba yo, viéndole, en lo fácil que es que utilicemos el trabajo -también el trabajo- como una huída de la vida, como una excusa para no mirar a cada día a la cara, de frente, y decidir qué hacemos con él.

Pero no es tan fácil, porque si el trabajo es una huída también lo sería todo lo demás. Y la experiencia nos dice que no tiene que ser así, que de hecho normalmente no lo es. Qué gusto es tener tan cerca la experiencia, la realidad, para desfacer pajas mentales. No hay nada peor que dejar al coco que dé vueltas el sólito, sin fijarse en un punto concreto de la realidad, para marearse y no llegar a ningún sitio.

Yo siempre he trabajado en el mismo sitio, y por eso me cuesta pensar en una vida en la que el trabajo ocupa sólo el lugar de proporcionar recursos para vivir. Para mí, en buena medida, trabajar ha sido vivir y vivir ha sido trabajar. Trabajando, vivía. Y hacía ambas cosas, creo, intensamente.

¿Cambiará eso? Espero que no, confío en que no. Espero, casi sé, que sobre todo dependerá de mí, de cómo me lo plantee, y de si logro currarme la humildad suficiente para olvidar nuestra condición de pinceles.

Y hablando de otra cosa... ¡El sábado a Aurrulaque! ¿Alguien se apunta? Es una marcha por la sierra de Madrid, un poco reivindicativa, que mi señor padre lleva organizando más años de los que cree, y que puede convertirse en un plan apetecible para ir con los niños a pasar el día al monte.

domingo, 5 de julio de 2009

La vida es la película

No es fácil saber por qué pasan las cosas: si suceden por azar resulta extraño cómo luego, a toro pasado, somos capaces de encontrarles unidad y sentido, y si suceden porque Dios quiere es curioso cómo ha querido que sucedan. ¿Y si sucedieran porque nosotros queremos que lo hagan?

Hace ya 20 años que DS y MdlC fueron a ver a mi padre para pedirle dinero. No sé, la verdad, cómo supieron de su existencia o de la de la Fundación que dirigía. No debió ser mucho, pero algo les debió dar para esa cosa rara que se llamaba TecnHoCencia.

El año 89 esa gente de Iuve trajo a Stefen Hawking a Madrid, a hablar de su teoría del Big Bang. Fue el año en que yo empecé la carrera de Físicas. Debió ser, ahora que lo pienso, un 2 de noviembre, porque ese mismo día me examiné del examen práctico del carnet de conducir (Sólo seis días después de cumplir dieciocho años, batiendo así el record de la autoescuela).

Yo había pasado unos años malos, que no llegaron a ser malísimos gracias a la buena influencia de MC, y me imagino que mi padre vio en la visita de Hawking una oportunidad para yo hiciera algo útil, o al menos distinto. Me invitó a la conferencia, que era en Medicina, y le acompañé. Un sol radiante me pilló a las 11 de la mañana con gabardina y paraguas porque a las seis de la mañana, cuando me había levantado, llovía a mares.

No tengo ni idea de lo que dijo Hawking, ni siquiera sé si le escuché. De aquél día sólo me acuerdo de mi "edecán", AG, de GA que hacía de traductor de Hawking, y de cómo el propio Hawking tardaba cinco o seis minutos en contestar, a través del ordenador integrado en su silla, a la pregunta ¿Cómo está, profesor Hawking? Es una situación curiosa, porque queda feo ponerse a hablar antes de que conteste, pero 5 minutos son muchos para que 10 personas estén calladas y mirando a un tipo torcido sobre una silla de ruedas hasta que una máquina manipulada con su dedo meñique logra decir "bien, gracias".

Despuès de lo de Hawking yo seguí a lo mío, en aquellos primeros meses aún ilusionado con la idea de ser físico, dedicarme a la climatología e irme a vivir a una estación científica al Polo Norte.
Pero mientras tanto, o seguramente antes de todo esto, mi padre fue a Rusia a hacer vaya usted a saber qué, y allí conoció al Rector de la Universidad de Leningrado. Debió invitarle a venir, porque en primavera el Rector vino a España y mi padre, que no sabría qué hacer con él, me pidió que me lo llevara al Escorial y le enseñara el monasterio. No es que yo fuera demasiado buen hijo, pero por alguna razón que ahora no recuerdo le hice el favor.

Y al poco tiempo me llama un tal Daniel Salas, de parte de mi padre. Resulta que es el Presidente del Injuve, o algo así, que quieren invitar a un tal Boris Yeltsin, que es ruso, y que creen que yo les puedo ayudar porque soy amigo del Rector de la Universidad de Leningrado. Un poco cogido por los pelos, me doy cuenta ahora, pero la cosa funcionó y allí me presenté, en la calle San Bernardo, preguntando por ese tal Daniel. La primera cara que vi en aquella oficina que terminó siento mi casa casi más que mi casa fue la de E.

Pasé al despacho de Daniel, que era Sada y no Salas y que por aquél entonces tenía gafas de culo de vaso y no más de 26 años. Un despacho que al cabo del tiempo llegaría a ser mi despacho. No sé qué rollo me contó, pero enseguida pasé a formar parte del Departamento de Congresos y Debates. Si esa peña supiera a qué me dedicaba yo cuando no estaba en Iuve...

Enviamos una carta a Boris Yeltsin, a la dirección "Kremlin. Plaza Roja. Moscú" Creo recordar que a través de su hija, que hablaba francés, llegó a aceptar la invitación pero que al final no vino porque el curso al que le invitábamos nunca se celebró. Después me tocó buscar al Dalai Lama, también para invitarle a un congreso, pero era un poco difícil porque el único objetivo de ese señor en aquellos años era que no le encontrasen. LLegué a ponerme en contacto con el Director de Márketing, o algo así, de Citroen, para preguntarle de dónde habían sacado los disfraces de los lamas del famoso anuncio de la tele.

Pero lo importante no es eso, lo importante es que sin saber muy bien cómo ni por qué, aquél científico tetrapléjico que más adelante se escapó con su enfermera, el Rector Ruso, Daniel Sada, mi padre, Boris Yeltsin y los lamas me acabaron liando. Y en ese lío seguimos estando, 20 años después. Mi vida, la que finalmente ha sido mi vida, empezó en buena medida allí.

¿Y todo porque sí, por azar? No, por azar no es. Detrás de todo esto hay actitudes e intenciones muy claras de personas con nombres y apellidos, respuestas a llamadas muy concretas.

Y si eso no fue por azar, ¿Por qué lo van a ser otras cosas?

Pero si nada sucede por azar, ¡Qué responsabilidad!

¿No?