domingo, 8 de febrero de 2009

El Desafío: Frost contra Nixon (Frost/Nixon)

Nadie conoce a nadie. Nadie conoce a nadie. No he sido capaz de pensar en otra cosa desde que he salido del cine hasta que, después de tomarme solito el superkebab mixto, he abierto el ordenador y me he puesto a escribir.

Quienes somos? ¿Quién es, en realidad, cada uno de nosotros? ¿Quién nos conoce verdaderamente? ¿Quién sabe cuáles son las cosas que nos preocupan, que nos importan, que nos conmueven...? Nadie. A veces ni nosotros mismos. O lo sabemos, pero no nos lo contamos porque nos damos cuenta de que es algo demasiado íntimo.

Los dos protagonistas de la película de hoy están enormes y consiguen que los actores desparezcan para que sólo se pueda ver a los personajes que representan. Aunque ahora que lo pienso, ¿Hasta qué punto es así? ¿No estaré diciendo una bobada al decir eso?

Yo, obviamente, no conocí a Richard Nixon. No sé siquiera si sería capaz de reconocerlo en una foto. Pero en cambio hoy, mirando al actor que hacía de Nixon, tenía la sesación de estar delante del Presidente, de estar viendo más allá de su mirada, de estar asomándome a lo más íntimo de la persona y del personaje. Pero claro, ese no es Nixon, ¿No? Es el actor. Pero el actor si es bueno deja de ser él para ser Nixon...

Dejémoslo ahí, no es momento de enredarse en la relación entre el actor y el personaje, que siempre me ha atraído y por la que siempre he creído que deberíamos de una vez por todas incluir el teatro como materia obligatoria en todos nuestros planes de estudios. Lo que queria traer aquí es que la virtud de esta película está en que en algunos momentos te deja con la sensación de estar asomándote al Nixon real, al verdadero fondo de una persona que ni él mismo conocía.

Ni él ni, por ejemplo, su mujer. Porque si la película refleja la realidad, cosa que desconozco, su mujer era la que menos le conocia de todos. Sale poco, pero en esas dos o tres apariciones es director deja clarísmo que están en mundos separados, de que ella no tiene ni pajolera idea de lo que pasa por la cabeza del hombre con el que se ha casado.

Nadie conoce a nadie, de nuevo. Como aquél día de octubre, o noviembre, en el que esa novela cayó por casualidad en mis manos y me tuvo pensando un par de días. Nadie conoce a nadie, y es en esa cuestión donde reside nuestra verdadera libertad. Ya, ya sé que la libertad del Hombre es una libertad "para". Llamemos de otra forma, entonces, a esa absoluta intimidad, al hecho de que incluso nuestros seres más queridos, quienes convivem con nosotros todos los días y duermen en la misma cama, pasen por delante nuestro sin que muchas veces lleguemos a vislumbrar quiénes son realmente.

La peli es una gozada, las dos horas se pasan volando. Me ha costado un rato quitarme de encima el papel de Tony Blair por el que yo recordaba al actor que representa a Frost, pero cuando lo he conseguido he llegado a olvidarme que estaba en el cine.

Ha sido esta una semana muy completa y muy compleja en todos los órdenes de mi vida. Absolutamente todos. Una semana paradójica en todos los aspectos. Sobre alguno de esos aspectos no podía escribir para no violar esa intimidad de la que hablaba, y sobre otros que sí podía escribir no he querido hacerlo.

Tengo pendiente, eso sí, contar algunas cosas interesantes del almuerzo con Javier Rodríguez Zapatero, el Director General de Google en España. No somos conscientes de lo que está pasando a nuestro alrededor con esta historia de internet.

El sábado por la mañana lloré leyendo un diario. Lloré... No sé bien por qué lloré, creo que simplemente por lo bonito que era, por la ternura que trasmitía.

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