domingo, 30 de noviembre de 2008

Somers Town

Somers Town es una de esas pelis que a uno le reafirman en esa manía suya de ir a ver cine "raro" aún a riesgo de que le llamen snob.

No sé bien de qué va, la verdad. No va de nada y va de todo. Para mí va, sobre todo, de lo lejos y lo cerca al mismo tiempo que estamos unos de otros; dos personas se cruzan por la calle, se miran, o ni eso, ya ya está. Ahí termina, o mejor aún, ni empieza una novela que nunca se escribirá. También trata sobre la soledad, y sobre la felicidad de encontrar a alguien que nos saque de ella. Ahora me doy cuenta de que todos los personajes están solos, de muy distintas formas pero todos solos... hasta que se encuentran entre ellos. Más que de la soledad la película habla del encuentro. Muy quintasiano.

No sé muy bien por qué extraña causa, los dos momentos más bonitos de la pélícula - los dos en los que entra la música - me han traído a la cabeza lo que he sentido esta mañana montando a caballo por la dehesa nevada de Cercedilla. También lo de esta mañana era como para ponerle música: con los perros, galopando por la nieve virgen, sintiendo la fuerza de Albaicín en las manos que dolían por el frío y por sujetar tan fuerte las riendas... y pensando que era feliz, que el cielo se tenía que parecer un poquito a eso para ser de verdad el cielo.

También pensaba que qué poco hacía falta para ser feliz, hasta que me he dado cuenta de que no era poco en absoluto. Si me sentía feliz no era sólo por el caballo, por la nieve, o por el aire frío, sino por la familia que estaba en casa, por mi trabajo que me permitía disfrutar de ellos, del fin de semana, y del caballo... En esa sensación estaba concentrada, de alguna manera, toda mi vida. El milagro que contiene y también su fragilidad.

Ya sé por qué me he acordado de eso: porque en esos dos momentos de la película, que en realidad son el mismo pero cambiando de decorado, uno llega a creerse las sonrisas, la felicidad de los personajes. Sonrisas que se parecen a la de R cuando consigue ponerse de pie en la tabla de surf, o la de cualquiera de los niños este fin de semana en el trineo. Sonrisas sinceras, enteras, que no se guardan nada, sin complejos.

Venía pensando en el coche, a la vuelta, que a lo mejor porque es verdad que ningún lector de mi blog va a ir a ver Somers Town es por lo que tiene sentido escribir de ella. Para que quien lo lea y quiera pueda -sin verla- sentir o pensar cosas parecidas a las que yo he sentido o pensado viéndola.

Y en 71 minutos, lo que es MUY de agradecer. Debería estar prohibido hacer películas de más de hora y media.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ésta no es una película rara;es película preciosa. Hay una frase que me ha encantado y que además tengo la sensación que la recordaré muchas veces a lo largo de mi vida.Un hombre está contratando a un chico y le dice algo así como: TRABAJARÁS PARA MÍ Y HARÁS LO QUE YO TE PIDA. CUANDO TE DIGA QUE SALTES, ME PREGUNTARÁS "¿HASTA DÓNDE?"
Animo de verdad a todos los lectores de este blog a meterse en http://www.cines-verdi.com,y comprar unas entradas para un día de esta semana.No os arrepentiréis. También se puede ver en los cines PAZ en versión doblada, pero creo que perdería mucho... Gracias Iñigo por aportar siempre TANTO. ASM

Anónimo dijo...

Debo mostrar mi más sincero rechazo por la vuelta a la línea habitual de este blog habida cuenta de las esperanzas dadas en el post dominical.