lunes, 1 de marzo de 2010

Stansted Express

Me alegro de haberme traído el ordenador, después de darle muchas vueltas, aunque sólo sea para aprovechar este trayecto del “Stansted Express” para escribir en el blog. Porque me apetecía escribir.

Me apetecía mucho decir que R no tenía razón cuando me acusaba el otro día de iluso y exagerado por decir que la primavera ya asomada. Ayer volvió a hacerlo, y esta vez con mucha menos timidez: se quedó dos o tres horas por la mañana, al menos en Cercedilla, y dejó que la disfrutáramos del todo. El sol daba, de nuevo, otra luz, y calentaba no más pero sí de forma distinta. Y hoy, en Santander, la misma historia: el trancazo no me ha impedido ir en bici desde la Fundación hasta el hotel por la playa, y la arena ya tenía otro color, y ya había más gente paseando y atreviéndose a mojarse los pies o simplemente tirándose al sol en los muelles. En Londres no, para qué nos vamos a engañar, en Londres hace un frío que te cagas.

También me apetecía mucho escribir para hablar de R. Este fin de semana la he notado muy distinta, y creo que no he sido el único. Obviamente no ha sido por la coleta, pero el detonante ha sido sin duda alguna la coleta. Sí, estaba mayor, y ella era la primera en darse cuenta.

Dejamos a los niños con A en Almorchones y nos fuimos ella y yo a casa. Y aunque a veces había pasado, nunca de forma tan clara: quería disfrutar de estar conmigo, de mí, pero algo se lo impedía. No era orgullo pero se le parecía mucho, era algo que la impedía estar natural. Hace diez minutos lo hablaba con ella por teléfono y se lo decía, creo que me ha entendido. Creo que es bueno decir las cosas, así que le he dicho que tenemos que encontrar una nueva forma de relacionarnos, una nueva forma de hablarnos, con nuevas cosas que decirnos y sobre todo con un tono nuevo. Porque lo que no estoy dispuesto es a perderla o a dejarla que ella me pierda a mí, con lo bien que nos entendemos y con lo bien que lo pasamos juntos. Ella está de acuerdo, si es que no me lo ha dicho porque no me entendía o para que me callara.

Ya puestos a hablar de cosas serías también le he preguntado, pidiéndole que me conteste en serio, si cree que es una buena idea la de comprarnos una casa en Cercedilla aunque no esté al lado de la de los abuelos. Lo ha pensado unos segundos y luego me ha dicho que sí, que le apetecía. Me ha sorprendido en ella que es la que parece que más disfruta yendo a Cercedilla con todos. Me ha hecho pensar, puede que sea una estupidez pero le he dado mucho valor a su opinión porque además me la ha dado antes de saber que si lo hiciéramos tendríamos que comprar un perro, ya que no parece probable que nos dejaran llevarnos a Q o a C.

La Vanidad (sí, con mayúsculas, una vanidad con minúsculas es una vanidad de pacotilla) es el otro motivo que hoy me ha traído a escribir porque en los últimos días tres personas a las que admiro me han dicho que les gusta cómo cuento las cosas que me pasan.

He venido en Ryanair y el viaje ha sido perfecto. Para empezar, dura mucho menos que el vuelo desde Madrid por razones obvias. Gracias al “Priority boarding” además me he podido sentar en la primera fila, y ayer descubrí un tomo de diarios de Trapiello sin leer que no me ha dejado casi ni oír las ventas de bebidas, comidas, perfumes, billetes de tren y papeletas de “rasca y gana”. Al final me ha parecido ver que las azafatas se repartían las exiguas ganancias (que gusto poder escribir “exiguas”) en vasitos de plástico. Parecía que se repartieran un botín un poco patético.

Al aterrizar nos ha sorprendido a todos un sonido de corneta bastante alto, como el del séptimo de caballería que sale en las películas de vaqueros, que si he entendido bien celebraba que habíamos llegado a tiempo y servía para introducir un mensaje sobre la puntualidad de la compañía. Lo tienen todo pensado.

Ahora estoy, como decía, en el tren, y espero llegar al hotel a tiempo para tomarme una hamburguesa en el restaurante de al lado. Es de las mejores que he tomado nunca, se acerca peligrosamente a las del Alfredo’s de Lagasca. Son las diez menos diez, no sé a qué hora cerrarán pero empiezo a verlo complicado. Crudo, quedaría mucho mejor decir tratándose de hamburguesas.

Van a ser dos días completitos. Mañana empezamos pronto, a las ocho he quedado con el fotógrafo que va a cubrir el desayuno que a las nueve y media tenemos en el Museo Británico con los corresponsales españoles. Luego está la visita de la exposición para la prensa, con palabras incluidas. A mediodía nada (gracias a Dios), por la tarde el pase privado que organiza el Banco y por la noche la cena que hemos organizado para celebrar este momento tan importante para la Fundación. Yo no estaba, obviamente, pero han sido cinco años de trabajo durísimo que en esta ocasión han dado el fruto de que una exposición propia comience su itinerancia internacional en uno de los mejores museos del mundo. No está nada mal, puedo decirlo porque no ha sido “culpa” mía.

El miércoles tenemos el almuerzo de la inauguración, al que va a asistir Su Majestad el Ooni de Ife, Rey de Nigeria. Además de Rey es dios, lo cual complica muchísimo la logística. Después de la comida la visita privada, a la que no estoy invitado por razones relacionadas con la divinidad del Rey, y a las seis de la tarde la inauguración propiamente dicha.

“Estamos llegando a la Estación Liverpool de Londres. Final del trayecto” Tengo los pies congelados, no siento los dedos pero el viaje –gracias a vosotros, sufridos lectores – se me ha pasado volando. A ver si llego a la hamburguesa.

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