martes, 12 de enero de 2010

Mass Av

Me moría de ganas de llegar a Boston y ponerme las zapatillas para cruzar corriendo uno de los puentes que une la ciudad con Cambridge y con el campus de Harvard. El que crucé, que sale de Massachusets Avenue, creo que se llama Harvard Bridge, es el principal recuerdo que yo tenía de mi estancia en Boston. Cruzar el puente, en dirección Boston, con la cinta de los Gipsy Kings a tope. Parece que la estoy oyendo, que me estoy viendo… Es una imagen que no sé por qué he recordado muchísimas veces, de esas que uno cree que le pasarán por delante cuando se esté muriendo.

Lo primero que hice cuando llegué a Boston, en julio del 92, fue comprarme un coche. No es una expresión, fue exactamente lo primero que hice. Cuando pregunté al taxista que me llevaba del aeropuerto al Campus dónde me podía comprar un coche barato de segunda mano me dijo que él vendía uno. Sin pasar por la residencia fuimos a su casa, recuerdo (no es coña) que de camino cogimos a algún otro cliente. Vivía en las afueras de… de no sé dónde.

El coche estaba en el jardín de su casa, era una furgoneta de cartero. No lo parecía, lo era. Sólo le faltaba el número de licencia, que no se veía porque habían pintado encima. Era una furgoneta pequeña, con dos puertas correderas y el volante a la derecha para poder dejar las cartas en los buzones sin tener que bajarse. Era blanca, con rayas azules y rojas. Por supuesto, me la compré en aquél mismo momento, de hecho es el vehículo que utilicé para llegar a la residencia. No recuerdo cuánto me costó, aunque fue poco, lo que sí recuerdo es que se la vendí al hijo del Cónsul un poco más cara: ya se había montado con nosotros varias veces, y le había cogido cariño.

En Estados Unidos las matrículas no van con los coches sino con las personas, al menos entonces, así que lo segundo que tuve que hacer es ir a sacarme una. Qué pena no haberla guardado, durante mucho tiempo estuvo dando vueltas por mi cuarto de Serrano. Era verde.

La furgoneta nos dio un servicio fenomenal. Digo “nos” porque se convirtió en el medio de transporte de un grupo muy divertido que formamos N, G, P, y otro de quien ahora no recuerdo el nombre. Siempre con la cinta de los Gipsy, porque no teníamos otra. Muy divertido. La furgonetilla aquella se portó bien, me sirvió para dormir muchas noches y me llevó hasta Montreal. La frontera canadiense me costó pasarla, la policía no entendía qué hacía un español en una furgoneta de cartero pasando a Canadá.

En aquél curso lo pasé bien. En aquella época recalaron en el puerto de Boston las réplicas de la Pinta, la Niña y la Santa María que estaban dando vueltas por el mundo con ocasión del quinto centenario (hoy me decía el Cónsul que él había estado metido en aquél sarao). Las carabelas no venían solas, las traían un grupo de 20 o 30 marineros del Puerto de Santa María que traían, además de jamón rico, más marcha de la que por entonces había en todo Boston. Les conocimos en una recepción que en su honor hizo el Cónsul, y a la que nos invitó su hijo, el del coche, y luego ellos nos invitaron a alguna fiesta en las carabelas, que eran “suelo español”. Y hasta aquí puedo leer…

De todo esto me acordaba ayer corriendo por el puente, atravesando el río completamente helado, con un frío que cortaba la respiración. Tuve que decirlo en alto, casi casi gritando: “joder, qué pasada”. La vista del sky line de Boston por encima del río era espectacular, y además era la que tantas veces había recordado, la de los Gipsy. La leche.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

ultimamente no me canso de decirlo, ser disfrutón es garantía de felicidad. qué gusto!

Anónimo dijo...

La próxima vez que cruces ese puente, hazlo con Rocío Jurado y Raphael cantando "Yo te amo". Spanish flavour sounds good. Spanish music tastes nice. Every thing's new... york!!!

Iñigo dijo...

"Disfrutón". Me encanta. Gracias.