domingo, 12 de abril de 2009

El Curioso Caso de Benjamin Button

Hoy en el cine he vuelto a llorar. Además he llorado bien a gusto, y en dos ocasiones. Cuando se lo he contado a R, al llegar a casa, se ha reído un buen rato de mí. Ahora que lo pienso, con este tipo de comienzos no me puede extrañar que el otro día una buena amiga me dijera que no estaba de acuerdo conmigo en que este blog estuviera últimamente un poco más optimista.

La película es, a mi humilde juicio, una obra maestra. Tres Oscars me parecen pocos, aunque con una competidora como Slumdog la cosa se explica un poco más. Hay que ir a verla, y si es posible en inglés porque el texto original es precioso y está dicho en un inglés muy fácil. Son casi tres horas de película, pero se pasan volando. Igual que sucede con un buen libro, que cuando te vas acercando al final te va dando pena avanzar hacia el fin, hoy he disfrutado casi de cada escena como si fuera la única, sin pensar cuánto llevaba ni cuánto quedaba por delante.

Una película que cuenta una vida vivida al revés no puede sino hacerte pensar continuamente sobre tu propia vida. Porque este Curioso Caso es una película sobre eso, sobre la vida y sobre cómo vivirla. En varias ocasiones me ha dado pena no poder apuntar las frases, me da la sensación de que el libro de Scott Fitzgerald tiene que ser muy bueno, a lo mejor merece la pena leerlo antes de ver la película. Una de las escenas que ha hecho que me saltaran las lágrimas es de alguna forma un resumen de toda la película, cuando Benjamin le escribe una postal a su hija de 13 años con una serie de consejos sobre cómo vivir la vida.

No los voy a repetir aquí porque además no me acuerdo de memoria, pero son exactamente los consejos que le daría yo a mis hijos, a mis ahijados M y M, o a I, la nueva ahijada que está en camino. Sé que seguramente son ideas superficiales que hablan del cómo vivir y no del para qué vivir, pero es que voy a decir una herejía y algo que puede parecer lo contrario de lo que digo en mis conferencias de apologética: tratándose de la vida, casi me parece más importante el cómo que el para qué, disfrutar del camino que llegar al final. Suena un poco a Cavafis, y la clave seguramente está en entender que es precisamente el final lo que permite disfrutar del camino.

Mañana voy a echar mucho de menos a los niños, esta Semana Santa he disfrutado mucho de los tres. Ayer por la tarde, en la terraza, nos quedamos un buen rato los cuatro mirando el mar, y al terminar cerramos los ojos para traernos la imagen a Madrid, para cuando nos haga falta. Ha sido una Semana –no tan- Santa de pasear mucho, de mirar el mar, de comer helados y pinchos, de leer, de jugar a la pelota en la plaza del Kursaal, de comer pipas, de hablar con buenos amigos a los que vemos poco, y de pensar: de pensar en mi vida, en mi familia, en mi trabajo, y en lo que da sentido a todo eso, cuando hay algo que se lo da, que no siempre sucede.

En cuanto me descuido me vuelvo a poner profundo, melancólico, y a lo mejor un poco coñazo. Esta amiga anónima se estará riendo y pensando que tiene razón. Y sí, la tiene, pero es normal. Me siento delante del ordenador, veo la pantalla en blanco, y las cosas que se me vienen a la cabeza son este tipo de cosas. Más aún al ver una película como la de hoy. Son las de siempre, quiero pensar que no porque sea un triste sino porque son las importantes. Aunque a veces me gustaría más la actitud que muestra Daisy antes de morir: Le pregunta su hija: - Are you afraid? Just curious, contesta ella.

Un poco antes, recordando su vida, ella misma dice que el gran error que ha cometido en su vida era haberse pasado demasiado tiempo esperando. Me da miedo que me esté pasando lo mismo.

Como me parece que el ABC ya no lo va a publicar, esta semana traeré al blog el artículo que escribí el domingo pasado sobre el obispo Uriarte y el debate sobre el aborto. Estoy pensando en desarrollar la primera parte y escribir otro que se llamaría “En lugar del Te Deum” aprovechando una cita de Zweig que ya salió aquí hace tiempo.

En tres días me he leído 600 páginas del segundo tomo de Millenium, la novela en tres capítulos de Stieg Larsson que está nada más entrar en todas las librerías. No es nada del otro mundo, pero me tiene completamente pillado. Mucho mejor es El Maestro de Almas, de Irene Nemirovsky, que he leído antes de este. Darío Asfar es uno de esos personajes que no es fácil olvidar.

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