domingo, 19 de abril de 2009

The Cherry Orchard

El sábado fuimos con el grupo de alumnos de la Escuela de Liderazgo al teatro, al teatro de verdad. Fuimos al Español a ver el estreno de El Jardín de los Cerezos, de Chejov, dirigida por Sam Mendes (Revolutionary Road, American Beauty..) En inglés.

A ellos no les gustó tanto como yo esperaba. El texto se les hizo pesado, sobre todo la primera parte. Me decían al salir que los actores les habían gustado, pero que el problema es que no pasaba nada. Pero joder si pasaba…

Yo no había leído El Jardín de los Cerezos, y el texto me encantó. En algunos momentos me recordaba a El Gatopardo, porque es la historia de la decadencia de la aristocracia y sus valores, pero en Rusia en vez de en Italia. “What do you thing about me?” le pregunta Lopajin, el comerciante rico que acaba quedándose con el Jardín de los cerezos, a Trofimov, un eterno estudiante intelectual que es una especie de precursor de la revolución. “You are neccesary” le contesta. Le Desde el punto de vista social es interesantísima. Pero como siempre pasa en Chejov hay mucho más.

“To be or to Shoot myself. This is the question” Esa es la cuestión, verdaderamente. Casi la única, la de siempre.

Creo que es Ania la que en un momento de la obra se imagina qué haría si tuviera todo el dinero del mundo: caminar, caminar sin parar durante toda la vida, peregrinando a todos los lugares santos. Esa es, para ella, la felicidad, ir hacia algún sitio. Ir, es decir, estar en movimiento, haciendo algo… Pero también haciéndolo por algo, teniendo siempre un fin que tire de uno, al que nunca se llegue para que nunca deje de tirar. “What a great Though”, le dice Varia. “What a great though”, repite. Y claro, es que el problema es llegar, ir es siempre mucho más fácil.

Andar siempre es andar, pero qué distinto es hacerlo para llegar a un sitio que huyendo de otro. Qué diferente es que tiren de ti a que te empujen ¿Verdad? Es lo que le pasa a la protagonista, a Ranevskaia. Desde murió su hijo se ha pasado la vida huyendo, y de hecho es huyendo como ha llegado al Jardín de los Cerezos; huyendo de París. ¿Y cómo termina la obra? Termina con Ranevskaia huyendo del Jardín de los Cerezos… hacia París. Como diría Sergio en Arte, muy profundo. Muy, muy.

Lo de los actores es otro rollo, otra liga, otro deporte. Ayuda que sea en inglés, todos estábamos allí un poco como los habitantes del pueblo cuando llegan los cómicos de la Ciudad. Pero yo creo que no era sólo eso, sino que verdaderamente eran muy buenos. De nuevo, muy muy. Todos, pero para mí los mejores, sin duda, Sinead Cusack y Simon Russel en los papeles de Ranevskaia y Lopajin.

Desde el punto de vista interpretativo el momento cumbre se produce cuando Lopajin vuelve de la subasta en la que ha comprado la casa en la que sus antepasados fueron esclavos y descubre que ni aún así los nobles le respetan. Cuando a gritos pide a la orquesta que vuelva a tocar, ya sólo en el escenario porque nadie quiere celebrar nada, a la señora que estaba a mi lado y a mí se nos escapó, a la vez, un “joder…” Como un susurro, pero perfectamente audible. Era, como se suele decir, teatro en estado puro.

Detrás de mí estaba sentado Almodóvar. Antes de entrar le abordé para decirle si al salir del teatro se quería venir a tomar una cañas con un grupo de universitarios de toda España que habían venido a ver la obra. Me dijo que no, claro, pero estuvo muy amable. En nuestra misma fila estaban Vigo Mortensen y Paco Valladares.

Ha sido un fin de semana interesante, muy completo en todos los sentidos. He tenido de todo, y en este caso todo bueno. Bueno, todo no porque la película de esta noche (El Viaje del Globo Rojo) no valía nada. Al menos la primera hora, la segunda no lo sé porque no la he visto.

Darse un abrazo es como tomar el sol. Y después de un invierno frío pocas cosas reconfortan más que cerrar los ojos y dejar que el sol te de en la cara. Se nota como la energía llega a todo el cuerpo. A lo mejor hay gente a la que no le hace falta, pero yo necesito sentir el sol en la cara de vez en cuando.

Hoy no ha dado mucho el sol, pero subiendo a caballo por La Molinera el viento en la cara producía un efecto similar. Nunca había subido hasta arriba del todo, ha sido precioso.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué bueno! Me ha gustado mucho el post. Gracias.
AYD