lunes, 11 de enero de 2010

Nueva York - Boston

Pennsilvania Station. Qué tendrán los nombres que casi siempre significan más de lo que representan… Pennsilvania Station, de camino hacia Boston. Hay casos en los que no es fácil responder a la típica pregunta de dónde te gustaría estar ahora mismo, sin contestar “aquí, aquí mismo, donde estoy”. La última -y única- vez que… (Espera, no pierdas el tiempo contando la vida y vívela: ahora mismo, a la derecha, el sol se pone por encima de Manhattan, el puente de Brooklin y el río Hudson. Disfrútalo, retenlo. Ya. Ya, sí, pero qué triste echar de menos la foto por no saber contarlo)

La última vez que estuve en NY, decía, tanto NY como yo teníamos 17 años menos. Yo llegué en avión a Newark desde Boston, y desde el mismo aeropuerto me puse a buscar hotel con la ayuda de una guía telefónica que colgaba de la cabina. No encontraba habitación en ningún lsitio y tardé dos horas en encontrar algo que por teléfono no entendí muy bien pero que tenía pinta de valerme, tal como estaban las cosas. Resultó ser un “matress” en un albergue en Harlem. Un colchón (no uno en particular, sino el que buenamente quedara libre cada noche) en una habitación enorme con más de 50. Mi imaginación durante estos años ha ido agrandando las cucarachas que corrían por el suelo hasta llegar a un tamaño que no parece posible.

Tengo que disciplinarme un poco y venir al blog con más asiduidad. Porque, ¿Ahora qué cuento? De la última entrada hasta aquí han pasado tantas cosas que no sé qué elegir: he leído el nuevo tomo de AT del que curiosamente ya no recuerdo el nombre; he leído también los Vidarios, y releído el Gato Encerrado: me he ido a esquiar con la familia, he visto crecer a mis hijos por minutos y he disfrutado viéndoles gozar con lo que durante un tiempo fue una de mis pasiones; he vuelto a Santander, y al volver me he dado cuenta de que esto va en serio y por primera vez me he sentido allí en casa; he pensado que es el momento de alquilarme un piso, para estarlo aún más; una conversación interesante me ha hecho pensar en esto del blog, y en general en mi forma de ver mi vida (saludos, si estás); he leído y descubierto a Ramón Gaya; he paseado por Central Park nevado; he comprado como si no fuera a volver a hacerlo en meses; he querido ver a Velazquez con una mirada nueva, y no sé si me ha salido un poco forzada.

Sí, creo que eso es lo más importante que me ha pasado en estas últimas semanas. Si tuviera que elegir un par de cosas (¿puedo tres?) me quedaría con los niños esquiando, con la vuelta a Santander y aún a riesgo de parecer pedante con la lectura de RG. Esta lectura se la recomiendo vivamente a todo el mundo, no creo que nadie que le pueda dedicar un par de horas tranquilas y arrepentirse de hacerlo. No pensaba hacerlo, pero no me resisto a copiar aquí unos fragmentos. Creo que valen más que lo que yo pudiera contar.

El ensayo explica algo que para mí ha resultado ser al mismo tiempo muy nuevo y ya sabido, y es que el verdadero arte no es el que según unas reglas descompone la realidad para volver a representarla. Ese es un tipo de arte, sí, que puede alcanzar cotas excelsas, pero hay otro. El otro es el Arte creador. Velazquez, en ese sentido y según Gaya, no pinta sino crea. No colorea, como El Greco, no compone, como Zurbarán, no dibuja, como Goya. Tan solo crea. Y cómo él hacen Miguel Ángel, Cervantes, Shakespeare, Mozart… RG lo dice mucho más bonito:

“Un artista como Rafael, que es sólo un artista, un gran artista nada más, es lógico que ponga todo su inspirado empeño en hacer obras de arte; como por otro lado le sucede a Góngora; como le sucede incluso a Flaubert…” “Por el contrario, Velazquez, que no es un artista, que es lo más opuesto a un artista, es natural que no ponga demasiada atención en el arte, en la obra de arte… Su alta vocación es otra, como por ejemplo la vocación de un Van Eyck o un Tiziano… No tratan de gozarse en una tarea artística, ni de realizar una obra artística, válida y útil como belleza, como donativo de belleza a la sociedad.; lo que buscan es ir creando unos seres vivos, unos hijos vivos que poder darle no a la sociedad –que no juega aquí- sino a la realidad, a la hambrienta y dura realidad.”

Por eso parece ser que un crítico exclamó delante de Las Meninas: ¿Dónde está el cuadro? Porque en cierto sentido no hay cuadro, no hay pintura. Es sólo realidad.
Termina el ensayo hablando de la Gioconda. Dice Gaya que la Gioconda no es una creación, es un invento. No sé explicar aquí los argumentos, pero recomiendo y casi pido a quien le interese que me pida copia del ensayo. Lo saco aquí por cómo le ayuda la Gioconda a Gaya a terminar su ensayo con algo verdaderamente profundo, algo que es la idea a la que uno lleva dando vueltas sin mucha originalidad durante un par de años, a que lo que único que verdaderamente tiene capacidad creativa y creadora es el amor. Termina Gaya así, comentando la “utilidad” de la Gioconda:
“Era una prueba evidente, redonda, limpia, perfectísima, de la impotencia del Hombre solo. Era una demostración límite de lo que sucede cuando el hombre, ebrio de humanismo, ensorberbecido de hombría, o sea, renegando de la materna pasividad creadora que le ha sido dada, encomendada, decide apoyarse únicamente en el presuntuoso genio activo, solitario, del hombre a secas. Obcecado en su hacer y en su poder, se le extravía la carne; y claro, el alma, el alma que está dentro de la carne también se oscurece”.

Tiene huevos venir a NY para, desde el tren que le lleva a uno a Boston, escribir del arte y la creación. Tiene huevos y me a llevar a perder los pocos lectores que tengo, que seguro que estaban esperando que hablar del frío que ha hecho, del pedazo de Frank Muller “crazy hours” que me he comprado en la quinta avenida, o dónde me he comprado los polos Lacoste por 30 euros, los Sebago por 50 o las Asics por 60. O al menos, otorgándole a mi audiencia un poco más de interés cultural, que hablara de mis reuniones en la Ford o en la Rockeferler Brothers Foundation, en el Linconl Center o en la Morgan Library. O al menos Todo eso llegará, espero, y poco a poco para no empachar a nadie.

Pensaba traer aquí fotos bonitas (fotos BB porque no me he traído la Cámara) pero ya las colgaré. Por ahora sólo traigo estas dos, hechas a hurtadillas en el New Museum for Contemporary Art, que vienen al caso.










Y lo peor es que a este precioso museo de el Bowery llega sólo lo mejor de lo mejor del arte contemporáneo mundial. Algo tiene que estar podrido en el reino del arte, aunque sea poco progresista y políticamente incorrecto decirlo.

No, no puedo dejar sólo estas fotos. Van tres de NY, normales, el resto estarán en Picassa en unos días.




5 comentarios:

Anónimo dijo...

Espeso, denso, grumoso....

Anónimo dijo...

claro, brillante y ondulado. Divertido y entretenido, bien por el comentario de la obra del Bovery, no todo lo contemporáneo es bueno, ni tan siquiera contemporáneo. Si el amor le llevó a RG a terminar ese ensayo estupendo, seguro que algún día este blog se puede convertir en un libro.

Anónimo dijo...

cuajado, plúmbeo, pastoso...

y no te pongas autocomentarios que no cuela....

Bobadillas del Monte dijo...

Qué bonito... Gracias, Íñigo. Por volver, y por hacerlo con estas perlitas.

Iñigo dijo...

Algo pasa con el correo al que se supone que me tienen que llegar los comentarios, los acabo de ver. Perdón por no haber contestado antes.

Grumoso es un buen adjetivo, aunque se agradece la respuesta. Lo que está claro es que el primera anónimo -que espero sea también el tercero - me conoce bien. Sabe que soy perfectamente capaz de escribir autocomentarios.