domingo, 24 de enero de 2010

Up in the Air

Estaba dudando si ir a verla o no, hasta que he leído que "Up in the Air" es del Director de Juno, una de las pocas películas de las que me sigo acordando dos años después de verla (ahora que lo pienso, también puede influir el hecho de que tenga y me encante su banda sonora).

Son las 19:00 h. No tengo ni idea de qué va. M nos ha dicho, en la comida, que iba de algo relacionado con el cielo, y sobre todo que el protagonista era y estaba guapo no, guapísimo. Eso siempre ayuda. Además al lado de un guapo muy guapo siempre suelen poner una guapa muy guapa, lo digo porque después de tantos años sigo sin discubrir mi lado femenino, y siguen gustándome mucho más las mujeres que los hombres. Qué se le va a hacer, salir del armario le daría a mi vida un punto mucho más emocionante...

No sé de qué va la peli pero el título, por lo del aire, me da la excusa perfecta para traer una foto que acabo de hacer desde el tee del 1 del Club de Campo. Por cierto, hace mucho que no hablo de golf y hoy es un buen día para hacerlo porque los 9 golpes en el último par 4 no me han impedido marcarme una tarjeta de 51 que me ha dado ánimos para empezar con fuerzas la semana.

Cada vez que veo o hago estas fotos me acuerdo de Jorge Arranz. Creo que ya lo he dicho alguna vez aquí, conozco a poca gente que con cuatro trazos sepa dibujar mejor el cielo, o mejor dicho el aire, de Madrid. Espero que no me mate por reproducir con tan baja calidad (foto de un libro que tengo en casa, y con la "Blacky") uno de sus dibujos:


22: 30 h. La película me ha gustado mucho, ni siquiera la pareja que me ha tocado al lado ha conseguido arruinármela. Primero han empezado comiendo palomitas y sorbiendo cocacola de forma que todos pudiéramos oirles, cuando se les han acabado han empezado a comentar la película y a darse besitos. Quería matarlos, pero al final no lo he hecho.

No es fácil que la película deje frío a nadie, pero en mi caso habría sido imposible. Al llegar a casa me he tomado la molestia de ver cuántos vuelos he tomado desde el 1 de septiembre. 58, no está mal. Y no es raro que cuando entro en la página de Iberia para sacar la tarjeta de embarque me dé un paseo por "mis puntos" para ver cuántos me faltan para la iberia plus oro. Hoy me faltan exactamente 250, lo que quiere decir que en cosa de un mes la tengo. Como siga así no me extrañaría que llegar a la situación de la película, y que el problema no sea volar sino dejar de hacerlo. Volando todo va bien, no pasa nada, el problema es quedarse quieto, el problema es convertirse en un profesional de la huida, porque antes o después algo te hace parar. ¿Y entonces? Descubres que tu vida real con sus problemas, con sus retos, estaba ahí, esperándote. La clave de la película es la conversación telefónica donde se hace patente que esa vida "Up in the air" no es real, no es verdaderamente vida.

No quiero seguir para no destrozar el argumento y porque, otra vez, no es este el sitio para hablar de ciertas cosas. AT lo dice de una forma muy bonita cuando asegura que el secreto de un diario es hablar con absoluta intimidad de todo menos de uno mismo. Sí diré que me he sentido muy identificado con George Clooney (por cierto, no puedo dejar de compartir la sorpresa que supone descubrir que me ha supuesto descubrir que en Google hay 9,5 millones de resultados para George Clooney, y... ¡¡84,5 millones para George Michael!!). Pues eso, a lo que iba, que Clooney y yo nos parecemos mucho, en todos los sentidos. Y creo que paso el control de equipaje tan rápido como él.

De todas formas en la cola para salir de la sala me he dado cuenta de que es una película que puede decir cosas muy distintas a unos y a otros. A la gente a la que he podido oir lo que le había llamado más la atención es algo que para mí es sólo un decorado de fondo de la verdadera historia, que es la que sucede por dentro. También me ha gustado mucho la música, como en Juno, y esta cosa que tienen las películas americanas que hace que se vean muy fácil, que entren solas. Se llama calidad, creo.

Cambio de tercio. La semana pasada, en la copa que me tomé con T y con R, no se me ocurrió otra cosa que sacar la zanahoria. La del New Museum de Nueva york, se entiende. Hacerlo delante de los tres expertos en arte contemporáneo que llevan el proyecto de Santander 2016 puede que no fuera una buena idea. O sí, ese es un debate que me apasiona.

El sentido común, o un realismo básico que llevo ya muy dentro, me impiden estar de acuerdo con esa idea de que cualquier cosa puede ser arte. Basta con que quien la presenta la presente como arte, o que quien la mira haga lo propio, para que sea arte. Da igual, exactamente igual, lo que esa cosa sea. Podría incluso no ser nada. "Lo que hace que una cosa sea arte no es la cosa en sí, creo que llegó a decir T, sino el contexto en el que está. Es el relativismo más extremo que he visto hasta ahora. La idea ni me convence ni me atrae, de hecho me parece trágica. No hay realidad.

miércoles, 20 de enero de 2010

¿Un tipo serio?

Aquí están las fotos de NY y Boston. Me parece que por subirlas y por escribir este "post" (recuerdos, G) estoy sacrificando una carrerita por la Bahía que me apetecía mucho, porque he quedado con T y R a las 9 para tomar algo. Son sobre todo de NY, y están hechas con la Blackberry. Después de estar una mañana lamentándome por no haberme llevado la cámara me di cuenta, una vez más, de que lo importante es quién mira y qué mira, y lo de menos con qué mira. Así que si son malas la culpa es mía, sólo mía y nada más que mía. Como siempre.


El domingo fuimos al cine a ver "Un tipo serio" de los hermanos Cohen, pero no encontré ganas para escribir porque llegué cansado, porque tenía que hacer la maleta para Londres y porque la peli no vale nada. Es una enorme bobada sin sentido, una gran pérdida de tiempo. Hay dos o tres gags divertidos que me arrancaron otras tantas risas y que hicieron pensar a A que me estaba gustando. Pero no, nada más lejos de la realidad, si hubiéramos estado sentados cerca del pasillo no habríamos aguantado hasta el final. Ni locos.

LLevo unos cuantos días evitando los periódicos, sobre todo las fotos de las portadas. Es una forma patética de huir, pero no lo puedo evitar. Ayer El Roto volvió a demostrar en El País que es de los que sabe decir más con menos, y más bonito:

Hablando de otra cosa: la semana pasada me compré por 50 dólares, en los chinos de NY, este reloj. Nuevo cuesta, dependiendo del descuento que uno consiga, entre 6 y 8.000 €. La foto está tomada ayer a las 20:30 en Barajas. No digo la hora porque sí, "fijarse" bien por favor...

A me dijo, al verlo, que le dolía no ser AT para ser capaz de describir con palabras lo estúpido que le podía parecer. El colmo del snobismo, creo que llegó a decir. A mí me encanta. A no podía creer que me lo hubiera comprado, lo que ahora que lo pienso, después de decir lo que dijo, no me deja demasiado mal.

Pero no traigo el reloj aquí por eso, sino porque esta compra me ha ayudado a descubir -o a confirmar- que tengo un grave problema de credibilidad, como ZP (ya sabía yo que algo teníamos en común). A quien le digo que me lo he comprado en los chinos no me cree, pero tampoco consigo que me crea la gente a la que le digo que es bueno. El problema no es el reloj, por tanto, ni siquiera lo que digo. El problema soy yo

Esta semana está siendo difícil. "Es la resaca del champán", que decía Mecano. El champán es, en este caso, el viaje de la semana pasada. Bonito, sí, pero también muy duro en cierto sentido.

martes, 12 de enero de 2010

Mass Av

Me moría de ganas de llegar a Boston y ponerme las zapatillas para cruzar corriendo uno de los puentes que une la ciudad con Cambridge y con el campus de Harvard. El que crucé, que sale de Massachusets Avenue, creo que se llama Harvard Bridge, es el principal recuerdo que yo tenía de mi estancia en Boston. Cruzar el puente, en dirección Boston, con la cinta de los Gipsy Kings a tope. Parece que la estoy oyendo, que me estoy viendo… Es una imagen que no sé por qué he recordado muchísimas veces, de esas que uno cree que le pasarán por delante cuando se esté muriendo.

Lo primero que hice cuando llegué a Boston, en julio del 92, fue comprarme un coche. No es una expresión, fue exactamente lo primero que hice. Cuando pregunté al taxista que me llevaba del aeropuerto al Campus dónde me podía comprar un coche barato de segunda mano me dijo que él vendía uno. Sin pasar por la residencia fuimos a su casa, recuerdo (no es coña) que de camino cogimos a algún otro cliente. Vivía en las afueras de… de no sé dónde.

El coche estaba en el jardín de su casa, era una furgoneta de cartero. No lo parecía, lo era. Sólo le faltaba el número de licencia, que no se veía porque habían pintado encima. Era una furgoneta pequeña, con dos puertas correderas y el volante a la derecha para poder dejar las cartas en los buzones sin tener que bajarse. Era blanca, con rayas azules y rojas. Por supuesto, me la compré en aquél mismo momento, de hecho es el vehículo que utilicé para llegar a la residencia. No recuerdo cuánto me costó, aunque fue poco, lo que sí recuerdo es que se la vendí al hijo del Cónsul un poco más cara: ya se había montado con nosotros varias veces, y le había cogido cariño.

En Estados Unidos las matrículas no van con los coches sino con las personas, al menos entonces, así que lo segundo que tuve que hacer es ir a sacarme una. Qué pena no haberla guardado, durante mucho tiempo estuvo dando vueltas por mi cuarto de Serrano. Era verde.

La furgoneta nos dio un servicio fenomenal. Digo “nos” porque se convirtió en el medio de transporte de un grupo muy divertido que formamos N, G, P, y otro de quien ahora no recuerdo el nombre. Siempre con la cinta de los Gipsy, porque no teníamos otra. Muy divertido. La furgonetilla aquella se portó bien, me sirvió para dormir muchas noches y me llevó hasta Montreal. La frontera canadiense me costó pasarla, la policía no entendía qué hacía un español en una furgoneta de cartero pasando a Canadá.

En aquél curso lo pasé bien. En aquella época recalaron en el puerto de Boston las réplicas de la Pinta, la Niña y la Santa María que estaban dando vueltas por el mundo con ocasión del quinto centenario (hoy me decía el Cónsul que él había estado metido en aquél sarao). Las carabelas no venían solas, las traían un grupo de 20 o 30 marineros del Puerto de Santa María que traían, además de jamón rico, más marcha de la que por entonces había en todo Boston. Les conocimos en una recepción que en su honor hizo el Cónsul, y a la que nos invitó su hijo, el del coche, y luego ellos nos invitaron a alguna fiesta en las carabelas, que eran “suelo español”. Y hasta aquí puedo leer…

De todo esto me acordaba ayer corriendo por el puente, atravesando el río completamente helado, con un frío que cortaba la respiración. Tuve que decirlo en alto, casi casi gritando: “joder, qué pasada”. La vista del sky line de Boston por encima del río era espectacular, y además era la que tantas veces había recordado, la de los Gipsy. La leche.

lunes, 11 de enero de 2010

Nueva York - Boston

Pennsilvania Station. Qué tendrán los nombres que casi siempre significan más de lo que representan… Pennsilvania Station, de camino hacia Boston. Hay casos en los que no es fácil responder a la típica pregunta de dónde te gustaría estar ahora mismo, sin contestar “aquí, aquí mismo, donde estoy”. La última -y única- vez que… (Espera, no pierdas el tiempo contando la vida y vívela: ahora mismo, a la derecha, el sol se pone por encima de Manhattan, el puente de Brooklin y el río Hudson. Disfrútalo, retenlo. Ya. Ya, sí, pero qué triste echar de menos la foto por no saber contarlo)

La última vez que estuve en NY, decía, tanto NY como yo teníamos 17 años menos. Yo llegué en avión a Newark desde Boston, y desde el mismo aeropuerto me puse a buscar hotel con la ayuda de una guía telefónica que colgaba de la cabina. No encontraba habitación en ningún lsitio y tardé dos horas en encontrar algo que por teléfono no entendí muy bien pero que tenía pinta de valerme, tal como estaban las cosas. Resultó ser un “matress” en un albergue en Harlem. Un colchón (no uno en particular, sino el que buenamente quedara libre cada noche) en una habitación enorme con más de 50. Mi imaginación durante estos años ha ido agrandando las cucarachas que corrían por el suelo hasta llegar a un tamaño que no parece posible.

Tengo que disciplinarme un poco y venir al blog con más asiduidad. Porque, ¿Ahora qué cuento? De la última entrada hasta aquí han pasado tantas cosas que no sé qué elegir: he leído el nuevo tomo de AT del que curiosamente ya no recuerdo el nombre; he leído también los Vidarios, y releído el Gato Encerrado: me he ido a esquiar con la familia, he visto crecer a mis hijos por minutos y he disfrutado viéndoles gozar con lo que durante un tiempo fue una de mis pasiones; he vuelto a Santander, y al volver me he dado cuenta de que esto va en serio y por primera vez me he sentido allí en casa; he pensado que es el momento de alquilarme un piso, para estarlo aún más; una conversación interesante me ha hecho pensar en esto del blog, y en general en mi forma de ver mi vida (saludos, si estás); he leído y descubierto a Ramón Gaya; he paseado por Central Park nevado; he comprado como si no fuera a volver a hacerlo en meses; he querido ver a Velazquez con una mirada nueva, y no sé si me ha salido un poco forzada.

Sí, creo que eso es lo más importante que me ha pasado en estas últimas semanas. Si tuviera que elegir un par de cosas (¿puedo tres?) me quedaría con los niños esquiando, con la vuelta a Santander y aún a riesgo de parecer pedante con la lectura de RG. Esta lectura se la recomiendo vivamente a todo el mundo, no creo que nadie que le pueda dedicar un par de horas tranquilas y arrepentirse de hacerlo. No pensaba hacerlo, pero no me resisto a copiar aquí unos fragmentos. Creo que valen más que lo que yo pudiera contar.

El ensayo explica algo que para mí ha resultado ser al mismo tiempo muy nuevo y ya sabido, y es que el verdadero arte no es el que según unas reglas descompone la realidad para volver a representarla. Ese es un tipo de arte, sí, que puede alcanzar cotas excelsas, pero hay otro. El otro es el Arte creador. Velazquez, en ese sentido y según Gaya, no pinta sino crea. No colorea, como El Greco, no compone, como Zurbarán, no dibuja, como Goya. Tan solo crea. Y cómo él hacen Miguel Ángel, Cervantes, Shakespeare, Mozart… RG lo dice mucho más bonito:

“Un artista como Rafael, que es sólo un artista, un gran artista nada más, es lógico que ponga todo su inspirado empeño en hacer obras de arte; como por otro lado le sucede a Góngora; como le sucede incluso a Flaubert…” “Por el contrario, Velazquez, que no es un artista, que es lo más opuesto a un artista, es natural que no ponga demasiada atención en el arte, en la obra de arte… Su alta vocación es otra, como por ejemplo la vocación de un Van Eyck o un Tiziano… No tratan de gozarse en una tarea artística, ni de realizar una obra artística, válida y útil como belleza, como donativo de belleza a la sociedad.; lo que buscan es ir creando unos seres vivos, unos hijos vivos que poder darle no a la sociedad –que no juega aquí- sino a la realidad, a la hambrienta y dura realidad.”

Por eso parece ser que un crítico exclamó delante de Las Meninas: ¿Dónde está el cuadro? Porque en cierto sentido no hay cuadro, no hay pintura. Es sólo realidad.
Termina el ensayo hablando de la Gioconda. Dice Gaya que la Gioconda no es una creación, es un invento. No sé explicar aquí los argumentos, pero recomiendo y casi pido a quien le interese que me pida copia del ensayo. Lo saco aquí por cómo le ayuda la Gioconda a Gaya a terminar su ensayo con algo verdaderamente profundo, algo que es la idea a la que uno lleva dando vueltas sin mucha originalidad durante un par de años, a que lo que único que verdaderamente tiene capacidad creativa y creadora es el amor. Termina Gaya así, comentando la “utilidad” de la Gioconda:
“Era una prueba evidente, redonda, limpia, perfectísima, de la impotencia del Hombre solo. Era una demostración límite de lo que sucede cuando el hombre, ebrio de humanismo, ensorberbecido de hombría, o sea, renegando de la materna pasividad creadora que le ha sido dada, encomendada, decide apoyarse únicamente en el presuntuoso genio activo, solitario, del hombre a secas. Obcecado en su hacer y en su poder, se le extravía la carne; y claro, el alma, el alma que está dentro de la carne también se oscurece”.

Tiene huevos venir a NY para, desde el tren que le lleva a uno a Boston, escribir del arte y la creación. Tiene huevos y me a llevar a perder los pocos lectores que tengo, que seguro que estaban esperando que hablar del frío que ha hecho, del pedazo de Frank Muller “crazy hours” que me he comprado en la quinta avenida, o dónde me he comprado los polos Lacoste por 30 euros, los Sebago por 50 o las Asics por 60. O al menos, otorgándole a mi audiencia un poco más de interés cultural, que hablara de mis reuniones en la Ford o en la Rockeferler Brothers Foundation, en el Linconl Center o en la Morgan Library. O al menos Todo eso llegará, espero, y poco a poco para no empachar a nadie.

Pensaba traer aquí fotos bonitas (fotos BB porque no me he traído la Cámara) pero ya las colgaré. Por ahora sólo traigo estas dos, hechas a hurtadillas en el New Museum for Contemporary Art, que vienen al caso.










Y lo peor es que a este precioso museo de el Bowery llega sólo lo mejor de lo mejor del arte contemporáneo mundial. Algo tiene que estar podrido en el reino del arte, aunque sea poco progresista y políticamente incorrecto decirlo.

No, no puedo dejar sólo estas fotos. Van tres de NY, normales, el resto estarán en Picassa en unos días.